En las últimas décadas el pensamiento social, y particularmente los llamados estudios culturales, han celebrado el fin de las totalidades, de la gran historia, y su reemplazo por las historias mínimas. Los discursos se interpelan y entrecruzan pero en sentidos diversos. Mientras en Europa y Estados Unidos los intelectuales, filósofos y científicos sociales hablan de modernidad, en América Latina los empresarios y los políticos hablan de modernización. Lo cual vuelve doblemente arriesgado y sospechoso, para los intelectuales latinoamericanos, ocuparse del debate de la modernidad y la postmodernidad.
La comunicación dejó de ser una cuestión de técnica, de medios como instrumentos, para transformarse en dimensión constitutiva de las prácticas sociales. Una forma de pensar para nuestros países un proyecto en el que la modernización económica y tecnológica no imposibilite o suplante la modernidad cultural. Nuestros países tuvieron la experiencia de la instrumentalización, de una modernización cuya racionalidad, al presentarse como incompatible con su razón histórica, legitimó la voracidad del capital y la implantación de una economía que tornó irracional toda diferencia que no fuera incorporable al desarrollo, esto es, recuperable por la lógica instrumental.
La Modernidad se identifica con la Ilustración y las consecuencias de ésta. La Ilustración origina la modernidad, ya que ella suele constituir el punto de partida de lo que suele llamarse cultura contemporánea. (1)
El debate a la modernidad nos concierne, porque a su modo al replantear aquel sentido del progreso que hizo imposible percibir la pluralidad y discontinuidad de temporalidades que atraviesan la modernidad, la larga duración de estratos profundos de la memoria colectiva "sacados a la superficie por las bruscas alteraciones del tejido social que la propia aceleración moderna comporta", habla de nuestras crisis, contiene a América Latina: la "resistencia" de sus tradiciones y la contemporaneidad de sus "atrasos", las contradicciones de su modernización y las ambigüedades de su desarrollo, lo temprano de su modernismo y lo tardío y heterogéneo de su modernidad. Ese debate se ha constituido además en escenario del reencuentro de las ciencias sociales con la reflexión filosófica y de ésta con la experiencia cotidiana: ésa que tanto o más que la crisis de los paradigmas nos está exigiendo cambiar no sólo los esquemas sino las preguntas.
El modernismo como experiencia crítica que alienta movimientos. Cuando hablamos de Modernidad y de pensar la crisis desde adentro, podemos decir que mientras los pensadores y artistas del siglo XIX experimentaron la modernidad a la vez con entusiasmo e ironía, esto es, asumiendo enteramente la nueva "experiencia", la conexión entre cultura y vida, sus sucesores del siglo XX se han orientado hacia "las polarizaciones rígidas y las totalizaciones burdas. La modernidad es aceptada con un entusiasmo ciego y acrítico o condenada con un desprecio neo olímpico". Es lo que sucedió desde el comienzo del siglo cuando los "futuritas" italianos metieron en la misma bolsa todas las tradiciones equiparándolas a la esclavitud y proclamaron la modernidad como el primer tiempo de la libertad.
De esa forma "la imagen radical del modernismo como pura subversión ayudó a alimentar la fantasía neoconservadora de un mundo purificado de la subversión moderna".
Cuando llega la segunda guerra mundial se hace visible el divorcio entre la modernidad como proceso económico y como movimiento cultural, entre modernización y modernismo.
Pues la modernización no nombra únicamente el hecho económico sino también el hecho político y educativo.
Ya cuando hablamos de Postmodernismo nos referimos a la conciencia de un cambio de época, que, según A. Wellmer, articula básicamente dos movimientos: uno de rechazo a la razón totalizante y su objeto, el cogito de la filosofía occidental, y otro de búsqueda de una unidad no violenta de lo múltiple, con la consiguiente revaloración de las fracturas, los fragmentos y las minorías en cultura, en política o en sexo. “La Postmodernidad busca concitar a las formas de racionalidad despreciada por la Modernidad, a todas las que se dan dentro del ser humano”.(2)
Postmoderna es la experiencia en un mundo de "realidad aligerada, hecha más ligera por estar menos netamente dividida entre lo verdadero y la ficción, la información, la imagen". Mundo en el que tanto el ser del sujeto como el del objeto pierden peso, pues ni el uno ni el otro se presentan ya como estructura fuerte sino como evento. Y a los que corresponde entonces un pensamiento débil, esto es, capaz de captar el desfallecimiento del ser, su "vocación a aligerar su carácter perentorio".
Entramos en una época no pensable ni desde la apuesta historicista del positivismo primero magia, luego filosofía y por último ciencia ni desde la autotrascendencia del saber científico. "La ciencia sólo juega su propio juego", que es el de su naturaleza operativa: su ocuparse de las inestabilidades y su producirse, ordenarse y acumularse como información. Lo que con ellos "muere" es un modo en el pensamiento y en la organización del tiempo, aquél en que se hace discurso la idea de una historia universal, o lo que es lo mismo: la nostalgia de la presencia del todo que se concilia en lo uno y de su perfecta comunicabilidad. Frente a esa temporalidad, el "post" no significa sucesión, no es lo que está después, "es más una manera de olvidar o reprimir el pasado, es decir de repetirlo que de superarlo". Lo que no puede ser comprendido más que a la luz de la paradoja que enuncia el "futuro anterior", en el que se enuncia menos una forma de relación entre los tiempos que un modo de relación con el tiempo: un nuevo modo de sensibilidad, de percibir y de decir la inestabilidad, la diferencia, la heterogeneidad.
Y por último mencionar a la Modernidad plural o mejor modernidades. En América Latina El proceso más vasto y denso de modernización va a tener lugar a partir de los años cincuenta y sesenta, y se hallará vinculado decisivamente al desarrollo de las industrias culturales. Son los años de la diversificación y afianzamiento del crecimiento económico, la consolidación de la expansión urbana, la ampliación sin precedentes de la matrícula escolar y la reducción del analfabetismo. Y junto a ello, acompañando y moldeando ese desarrollo, se producirá la expansión de los medios masivos y la conformación del mercado cultural. La modernidad entre nosotros resulta siendo "una experiencia compartida de las diferencias, pero dentro de una matriz común proporcionada por la escolarización, la comunicación televisiva, el consumo continuo de información y la necesidad de vivir conectado en la ciudad de los signos".
Max Weber, es el mayor analista de la modernidad y al mismo tiempo uno de sus mayores detractores, quien define a la modernidad como “la instrumentalización de los medios que persiguen la construcción de un mundo racionalizado”, entonces la modernidad es un proyecto teleológico mientras que la modernización seria el proceso que conduce ha dicho fin deseado. Partiendo del mismo proyecto de alcanzar el reinado de la razón, de llegar a un mundo gobernado por una razón liberada de espectros metafísicos, liberales y marxistas.
La modernización lleva a la modernidad. Lo que define a la modernización es su convertirse en "patrón de procesos de evolución social neutralizados en cuanto al espacio y al tiempo y desgajados de la comprensión que la modernidad obtiene de sí desde el horizonte de la razón occidental".
Con la postmodernidad la idea de una historia como proceso unitario se disuelve, la noción de verdad como fundamento ya no subsiste y deja de existir la creencia de que el pensamiento deba fundar; quedan entonces solamente existentes las historias “diseminadas”, “diferenciales”, con sus propios ritmos y tiempos que transgreden el todo de la historia del sentido, y el sentido de la historia.
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AUDIO:
Luis Rivas Rivas- Docente de
Humanidades de la USAT
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